Angela Aguilar desde muy pequeña se dibujaba como una figura del medio artístico mexicano, quería ser artista, y aunque nunca ha sido una estrella del canto, el encontrarse en las mejores escuelas de música, el apoyo de una familia de renombre en la industria y su exquisita belleza parecían factores para que fuera imparable, y así se lo hicieron creer en el seno familiar, por lo que para ella ser centro de todas las cosas y ser una niña perfecta consistía en una resultante de normalidad en su análisis mental. Sin embargo la princesa habitaba un castillo de arena, ya que le tocó una época en que la industria del espectáculo se derrumbaba en su dominio monopólico y dinámico, su padre Pepe Aguilar la dominaba hasta extraviarle sus decisiones propias, después se enamoró del compositor de los éxitos del momento pero sin madurez ni criterio sustentado, lo que hace que Angela se vaya derrumbando emocionalmente aunque ella en el autoengaño sigue siendo la princesa del mundo perfecto. Para colmo su matrimonio es derivado de la infidelidad de su cónyuge con una figura del pop cuyos seguidores voltearon a ver a Angela como una nefasta, por otro lado su prima a la que la familia de su padre siempre despreció, se está enfilando como la máxima figura de la música mexicana y como la joven que ha alcanzado una supremacía nunca antes vista, y que únicamente se aproxima a la fama que en un principio tuvo Ángeles Ochoa pero que después fue fallida, y al éxito de Aida Cuevas. Con todas estas situaciones, las flechas apuntan en contra de la princesa Aguilar, y aunque puede parecer que sus fracasos son a razón de situaciones ajenas y no propias, realmente no es así, si consideramos que todos somos consecuencias de nuestros actos, de aquellos que buscamos o de aquellos que no fuimos capaz de resolver y de aquellos que omitimos por comodidad. No contar con un camino óptimo con condiciones favorables para nuestros objetivos, nos complica la llegada a la meta o solamente no aproxima a ella con puntos sin completar, pero de ninguna manera los actos de otros pueden ser la razón de nuestros fracasos, ya que el éxito o fracaso son responsabilidades propias. Quizá Angela no es culpable de todas las consecuencias de su carrera artística despedazada, pero sí es responsable de sus actitudes del hoyo en que se encuentra. Angela ya no podrá tener una carrera exitosa de la manera que lo tenía contemplada ni de la manera que se lo imponía su padre Pepe, ahora tendrá que adoptar el papel de cantante villana y explotar su sensualidad que le acompaña, no debe ser la niña buena que quiere probar que efectivamente es niña buena sino que deberá ser la niña mala que rompe los esquemas impuestos por su pareja dominante y por su padre manipulador. Angela puede revertir con estrategia lo que le embarga, porque no hay nada en la vida que no tenga remedio, porque las segundas oportunidades sí existen y porque no hay nada que un buen plan publicitario pueda arreglar, pero lo cierto es que Angela ha logrado lo que pocas famosas logran, que es hacer que el público tenga buena memoria, ese público que ya olvidó las acciones delictuosas de Gloria Trevi en el clan Andrade, las canalladas que Maribel Guardia en su intento de arrebatarle a su nuera Imelda al pequeño Julián, la violencia de género y discriminatoria de Maxine Woodside en contra de Geraldine Bazán en uso de un micrófono concesionado por el Estado, sin que se abolle su corona de la reina de la radio como se autonombra, y ni que decir de los comunicadores chayoteros, exhibidos por sus corruptelas desde la Presidencia de la República en Palacio Nacional y que sin embargo, aparentemente gozan de cabal salud.
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